Recorrer el sur del Brasil sin bailar ni escuchar los ritmos más maravillosos de los límites Oeste de la República guaranítica, es como ir a la playa vestido. No hubo agua atlátinca, ni Jureré, ni comarcas pesqueras invadidas por el turismo, que puedan lavar o llevarse mar adentro esa sensación de cruzar Lages, Vacaría, Blumenau, Sao Borja o, atravesar la ruta de las misiones, sin la música que combine con la vegetación, con la gente, con los espíritus de esos pocos guaraníes que quedaron allí, al costado del viaducto, bajo rancho de nylon, tan lejos de Sao Miguel o Sao Lorenzo que enfrentaron a los bandeirantes.
¡Qué sé yo! Ese sabor, ese olor que no me invadió, pese a estar abierto a que los gaúchos me tomen como propio.
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