Después de mi triunfal paso por Buenos Aires -asamblea en Cooperar, diario Crítica de los argentinos del pedorro de Jorge Lanata, y la calamitosa asamblea de diarios Dipra, una historia que nació rota de entrada porque fue digitada al mejor estilo militar con la complicidad del INAES y donde se volvió a ensuciar las pocas inquietudes, las pocas alternativas que quedan a este oficio de periodistas independientes, y etcéteras etcéteras y etcéteras (y ustedes bién saben a qué me refiero con los etcéteras)me apresto a viajar a la tierra colorada, a Posadas, Misiones donde los influjos energéticos de la República Guaranítica emergen por todos lados y me vigorizan de una forma que renovo los votos de latinoamericanidad.
En Posadas asistiré acto-evento en la tradicional Bajada Vieja donde aún habitan los fantasmas de los mensúes que tan bién reflejo en "El Río Oscuro" Alfredo Varela, y los fantasmas de los pescadores y los fantasmas de los marineros y de las chicas y de los boliches. Allí estarán Ramón El Mensú Ayala, Joselo Schuap, el compatriota paraguayo Tito García y otros... Comeré muchos chipas y muchas tortas fritas y me haré un festin de mates de yerba barbauá, mates de yerba silvestre o de yerba nomás.
El viernes por la noche estaré disfrutando del festival del litoral, y luego partiré a Resistencia para luego encaminarme hacia Sáenz Peña donde disertaré en la 5º Feria del Libro presentando la 3 edición de Crímenes en Sangre. Esta vez editado por Librería de la Paz de Resistencia.
Allí haré estrago porque me presentaré con los padres del chico que lo robaron en 1990, Damián Varela y nunca, nadie lo buscó.
Lo que pasa es que para los intelectuales, escritores, poetas y periodistas comprometerse con los desheredados es una de las alternativas que tienen, pero para los desheredados es la única que les queda.
Sería de mi agrado compartir ese momento con la mayor cantidad de gente posible.
Aprovecharé mi visita al Chaco para avanzar en la investigación sobre Isidro Velázquez. Para eso asistiré al homenaje en Machagai donde mi amigo Camilo Gómez me grabará para su documental.
Al respecto, mi amigo hiperkinético Néstor Pérez rechazó mi propuesta de salir al aire en su programa que se emite de 15 a 16 por Radio Nacional Córdoba desde Posadas con lo mejor de la música litoraleña. Lo que pasa es que el señor quiere prolongar el jazz y el Blues en la chacarera y en la zamba ¡Viva el Chamamé!
miércoles, 26 de noviembre de 2008
martes, 25 de noviembre de 2008
Joselo en Cosquín junto a Ramón Ayala
Joselo Schuap, un amigo, un luchador. Subirá al escenario mayor del Festival Nacional de Cosquín junto a un prócer viviente: Ramón Ayala.
Un homenaje que Ramón se merecía desde hace mucho tiempo y un honor que Joselo buscó siempre, un sueño que se vuelve realidad.
martes, 18 de noviembre de 2008
Nuestros pueblos, esos que no conocemos
Gracias a dos mujeres jóvenes bellas extraordinarias como son: la bioquímica María Sol Páez y la médica Ana Figueroa, hoy planteamos en el Ateneo Central del Hospital Infantil de Córdoba, la charla "Nuestros Pueblos, esos que no conocemos."
El título un acierto de Jalil.
Nos presentó el director docente de posgrado del Departamento de Pediatría, Moisés Jalil y ante un centenar de profesionales descargamos "la batería" comunicacional sobre el pueblo Qom-Toba.
Todo empezó adrenalínico. Con Sol nerviosa, y "el cumpa" y colega, -a toda marcha efredínica- Néstor Pérez como si estaría cerrando la edición del "New Time"... Ese folclore periodístico lindo, pero cansador.
Lo cierto es que Sol algo de razón tenía. Faltaban 15 minutos para la charla y el video que abría la disertación no estaba.
-¿Quién lo tenía que traer?
-Néstor
Puteando por el compromiso tomado, llegó Néstor sobre la hora y se quedó en la charla pese a su locura. El también es integrante del grupo incipiente que formamos.
Néstor es un grande, lástima que sea tan moquero. Pero si no fuese moquero no sería cordobés...
Yo también tuve mis cosas. La noche anterior, las chicas me pusieron la picana angustiante porque no tenían el video y se sentían abrumadas por la responsabilidad. Entonces, -onda solidaridad-, llegué muy temprano al hospital. La charla estaba prevista para las 11.30, y a la 9.30 ya tenía un café en el buche en el bar de la esquina del nosocomio.
Fui temprano para que con las chicas organizáramos la charla y el debate.
-Si no estaba el video, después de la presentación hablaba yo y después las chicas y terminábamos con preguntas y debate.
¿Cómo fue?
El video estuvo y sólo hablé yo. Hice un solo monocorde acompañado de las miradas de las profesionales que estaban sentadas enfrente mío y me servían de cómplices y como me aprobaban de vez en cuando yo seguía entusiasmado como si fuera un toba más.
En fin, las chicas protestaron al final. El moquero de Néstor se fue rápido, como siempre, y largó algunos dardos, pero todo terminó bien según Anita que por primera vez, la vi como mujer, maja, guapa, angelical; me imaginé que se me aparecía la Virgen de Itatí pero con ganas de pecar.
En cuanto a Sol es un sol, la quiero mucho y tiene una fuerza increíble.
Para difundir nuestra charla, ambas repartieron un minivolante con fragmentos de Los Indios de Eduardo Galeano. Eso me golpeó.
"... pero estas tierras ya no son, como antes, de todos y de nadie..."
"...ellos insisten, sin embargo, en juntar sus pobrezas, y todavía trabajan juntos, callan juntos y dicen juntos..."
"...nos sentamos en círculo. Estamos reunidos en un centro médico que no tiene, ni jamás tuvo médico, ni practicante, ni enfermero, ni nada..."
"...los indios, culpables de ser incapaces de propiedad privada, no existen..."
Ah! como era la primera vez que hablaba en público después de la muerte de Melitona Enrique, me emocioné un poco, cuando tocamos el tema, y es que tengo todavía el corazón a cielo abierto.
El título un acierto de Jalil.
Nos presentó el director docente de posgrado del Departamento de Pediatría, Moisés Jalil y ante un centenar de profesionales descargamos "la batería" comunicacional sobre el pueblo Qom-Toba.
Todo empezó adrenalínico. Con Sol nerviosa, y "el cumpa" y colega, -a toda marcha efredínica- Néstor Pérez como si estaría cerrando la edición del "New Time"... Ese folclore periodístico lindo, pero cansador.
Lo cierto es que Sol algo de razón tenía. Faltaban 15 minutos para la charla y el video que abría la disertación no estaba.
-¿Quién lo tenía que traer?
-Néstor
Puteando por el compromiso tomado, llegó Néstor sobre la hora y se quedó en la charla pese a su locura. El también es integrante del grupo incipiente que formamos.
Néstor es un grande, lástima que sea tan moquero. Pero si no fuese moquero no sería cordobés...
Yo también tuve mis cosas. La noche anterior, las chicas me pusieron la picana angustiante porque no tenían el video y se sentían abrumadas por la responsabilidad. Entonces, -onda solidaridad-, llegué muy temprano al hospital. La charla estaba prevista para las 11.30, y a la 9.30 ya tenía un café en el buche en el bar de la esquina del nosocomio.
Fui temprano para que con las chicas organizáramos la charla y el debate.
-Si no estaba el video, después de la presentación hablaba yo y después las chicas y terminábamos con preguntas y debate.
¿Cómo fue?
El video estuvo y sólo hablé yo. Hice un solo monocorde acompañado de las miradas de las profesionales que estaban sentadas enfrente mío y me servían de cómplices y como me aprobaban de vez en cuando yo seguía entusiasmado como si fuera un toba más.
En fin, las chicas protestaron al final. El moquero de Néstor se fue rápido, como siempre, y largó algunos dardos, pero todo terminó bien según Anita que por primera vez, la vi como mujer, maja, guapa, angelical; me imaginé que se me aparecía la Virgen de Itatí pero con ganas de pecar.
En cuanto a Sol es un sol, la quiero mucho y tiene una fuerza increíble.
Para difundir nuestra charla, ambas repartieron un minivolante con fragmentos de Los Indios de Eduardo Galeano. Eso me golpeó.
"... pero estas tierras ya no son, como antes, de todos y de nadie..."
"...ellos insisten, sin embargo, en juntar sus pobrezas, y todavía trabajan juntos, callan juntos y dicen juntos..."
"...nos sentamos en círculo. Estamos reunidos en un centro médico que no tiene, ni jamás tuvo médico, ni practicante, ni enfermero, ni nada..."
"...los indios, culpables de ser incapaces de propiedad privada, no existen..."
Ah! como era la primera vez que hablaba en público después de la muerte de Melitona Enrique, me emocioné un poco, cuando tocamos el tema, y es que tengo todavía el corazón a cielo abierto.
lunes, 17 de noviembre de 2008
El museo de Napalpí
Hablé el sábado pasado con los hijos de Melitona Enrique. Los restos de la anciana sabia ya descansaban en El Aguará. ¡Qué símbolo de la historia reciente del Chaco!
Sabino me dijo que estaban pensando...
-Sagrado tiempo toba-
Le prometí visitarlos antes de fin de mes.
Cuando me despedí de Melitona en octubre le anticipé a Sabino que el final para Melitona estaba cerca; y le propuse que vaya pensando en su rol de transmisor de su historia y que para bien de la memoria de la anciana sabia, de ellos, y de todos los chaqueños, esa casa que le donó el Gobierno de la Provincia tendría que terminar siendo el museo de Napalpí.
Sabino y su hermano Mario lo están pensando.
Yo estaría dispuesto a colaborar. En un principio con todo el material bibliográfico, imágenes y la carabina máuser que tengo en mi poder y que fue usada en 1924.
Pero además habría gente que ayudaría a darle forma a ese museo donde los chaqueños podríamos aprender, y podríamos mostrar que nuestra historia es un compendio de lo que pasó y pasa en la Patria Grande.
No creo en los museos que juntan telarañas. Creo en los museos vivos donde se pueda aprender historias, leyendas, lenguas originarias, donde se pueda debatir, cambiar ideas, charlar, tomar café, escuchar música, contemplar y comprar artesanías, contemplar y comprar obras de arte, comprar libros, comprar videos, y, por qué no, souvenir de esa tierra vigorosa y sacudida por los tiempos.
Sabino me dijo que estaban pensando...
-Sagrado tiempo toba-
Le prometí visitarlos antes de fin de mes.
Cuando me despedí de Melitona en octubre le anticipé a Sabino que el final para Melitona estaba cerca; y le propuse que vaya pensando en su rol de transmisor de su historia y que para bien de la memoria de la anciana sabia, de ellos, y de todos los chaqueños, esa casa que le donó el Gobierno de la Provincia tendría que terminar siendo el museo de Napalpí.
Sabino y su hermano Mario lo están pensando.
Yo estaría dispuesto a colaborar. En un principio con todo el material bibliográfico, imágenes y la carabina máuser que tengo en mi poder y que fue usada en 1924.
Pero además habría gente que ayudaría a darle forma a ese museo donde los chaqueños podríamos aprender, y podríamos mostrar que nuestra historia es un compendio de lo que pasó y pasa en la Patria Grande.
No creo en los museos que juntan telarañas. Creo en los museos vivos donde se pueda aprender historias, leyendas, lenguas originarias, donde se pueda debatir, cambiar ideas, charlar, tomar café, escuchar música, contemplar y comprar artesanías, contemplar y comprar obras de arte, comprar libros, comprar videos, y, por qué no, souvenir de esa tierra vigorosa y sacudida por los tiempos.
sábado, 15 de noviembre de 2008
Algo de consuelo
La artista plástica y esudiante del Instituto de Cultura Aborigen de Córdoba, Marité Cassasa, que vive en Unquillo pero es tucumana, me dijo vía email que estaba apenada por la muerte de Melitona porque había logrado quererla a través de Crímenes en Sangre.
jueves, 13 de noviembre de 2008
Murió Melitona Enrique
Algo me pasó cuando me enteré. Ayer a la tarde recibí la noticia y pese a que me preparé y presentía que se estaba muriendo, -y que por eso fui a despedirme el pasado viernes 3 de octubre,- la noticia me produjo un vacío: me quedé con la sensación como si algo me faltó decirle.
Ese viernes, mi despedida fue tumultuosa. Mucha gente alrededor. Muchas interferencias.
Yo no sabía cómo hacer para compartir el rito de la despedida.
Estaba mal.
Me miraba desconcertada.
Escuchó la serenata que le dio el cantautor misionero Joselo Schuap con sorpresa y hasta me arriesgaría a decir con miedo.
Anoche me dijo su hijo Sabino, que él y sus hermanos y sus familiares quieren enterrar sus restos en el cementerio aborigen de El Aguará; pero la velarían en Machagai.
Sería una buena acción que a esta sobreviviente de la única masacre de peones aborígenes rurales del país tenga una despedida como héroe.
Velarla en el municipio sería la gran reparación de una derrota injusta.
Melitona Enrique, anciana, sabia a golpe de sufrimiento, te fuiste a los 107 años y me dejaste el legado más importante, los testimonios que dieron origen a "Crímenes en Sangre". Tus fotos, -principalmente, la que compone la tapa del libro-, obtenida por Santiago Solans recorrieron el mundo y tal vez lo sigan haciendo.
Dejó de existir a las 19.45 de ayer 13 de noviembre en Machagai cuando los médicos se aprestaban a trasladarla a Resistencia.
Estuvo internada en el hospital de Sáenz Peña desde el viernes hasta el martes pasado.
Ese viernes, mi despedida fue tumultuosa. Mucha gente alrededor. Muchas interferencias.
Yo no sabía cómo hacer para compartir el rito de la despedida.
Estaba mal.
Me miraba desconcertada.
Escuchó la serenata que le dio el cantautor misionero Joselo Schuap con sorpresa y hasta me arriesgaría a decir con miedo.
Anoche me dijo su hijo Sabino, que él y sus hermanos y sus familiares quieren enterrar sus restos en el cementerio aborigen de El Aguará; pero la velarían en Machagai.
Sería una buena acción que a esta sobreviviente de la única masacre de peones aborígenes rurales del país tenga una despedida como héroe.
Velarla en el municipio sería la gran reparación de una derrota injusta.
Melitona Enrique, anciana, sabia a golpe de sufrimiento, te fuiste a los 107 años y me dejaste el legado más importante, los testimonios que dieron origen a "Crímenes en Sangre". Tus fotos, -principalmente, la que compone la tapa del libro-, obtenida por Santiago Solans recorrieron el mundo y tal vez lo sigan haciendo.
Dejó de existir a las 19.45 de ayer 13 de noviembre en Machagai cuando los médicos se aprestaban a trasladarla a Resistencia.
Estuvo internada en el hospital de Sáenz Peña desde el viernes hasta el martes pasado.
miércoles, 12 de noviembre de 2008
La libreta de Almacén, Vidal Mario
Mi amigo, el escritor y periodista, mitad paraguayo y mitad chaqueño, o tal vez, todo ello junto, Vidal Mario no quiere ser blogger, y prefiere aferrarse a la libreta de almacén. ¿Será un acierto?
Y si no lo es, por lo menos intenta resistir. Y eso es bueno.
Vidal tiene una especial habilidad en tocar mi memoria dormida sobre mi cuna quitilipense. Recuerdo al almacenero Héctor Gulioni,-Guli- que tenía su despensa en la esquina de mi casa en Quitilipi, en aquel Chaco de mi infancia.
En la esquina de las calles Tucumán y Santa Fe, estaba la despensa que era la meca de las provisiones, y donde le fiaban los esqueletos de vino tinto de un litro a mi padre. Venían diez botellas, podían ser Tunquelén, Facundo o Talacasto y yo iba con la libretita que sumaba para que, cuando mi viejo cobraba su sueldo en el Banco Nación, cancelara la deuda y se abría una nueva cuenta en la misma libretita.
Y así todos los meses de todos los años.
¿Será un acierto abrazarse a ese recuerdo, o habrá que ser blogger en los tiempos qu corren?
martes, 11 de noviembre de 2008
¿Descartes; dónde se besan?
Muchas influencias, y terribles aprietes soportó Juan de los Palotes para que en su reflexión acerca del -aquí- descartara al factor tiempo.
El apriete más duro fue cuando sus vísceras necrosadas y algunas ausencias como la de sus piezas dentales, lo acorralaron en su cama hospitalaria del piso de Nefrología, en 1992, durante su estadía en el Hospital Córdoba. Después de ese -tormento biológico- no pudo pensar de otra manera.
Ahora, ni quiere... Creo.
Sin embargo, pareciera no estar lejos de la incertidumbre cuando todo su esfuerzo se reduce a conocer, sin error posible, en qué estado de la vida el cielo besa la tierra.
Según sus últimas deducciones, aquí, empieza -el- Descartes.
El apriete más duro fue cuando sus vísceras necrosadas y algunas ausencias como la de sus piezas dentales, lo acorralaron en su cama hospitalaria del piso de Nefrología, en 1992, durante su estadía en el Hospital Córdoba. Después de ese -tormento biológico- no pudo pensar de otra manera.
Ahora, ni quiere... Creo.
Sin embargo, pareciera no estar lejos de la incertidumbre cuando todo su esfuerzo se reduce a conocer, sin error posible, en qué estado de la vida el cielo besa la tierra.
Según sus últimas deducciones, aquí, empieza -el- Descartes.
Aclaración de Anichin
Ana María Sívori, Anichin para sus más queridos me escribió aclarándome que ella se separó de su esposo Enrique Gorriarán Merlo en 1992. Esta aclaración viene a que yo escribí que ella peleó por sus ideas hasta el fin junto a Enrique. Me pidió que lo corrigiera, pero creo que no tengo nada que corregir porque aunque la pareja se disolvió en el 92, ambos siguieron unidos entre otras cosas por su compromiso revolucionario y por su militancia en pos de los más altos valores humanos.
No obstante, respondo a su pedido y aclaro que Anichin y el Pelado se divorciaron en 1992.
También aclaro que la foto que ilustra esta aclaración fue tomada en Villa Allende en la casa de Anahí Germán.
No obstante, respondo a su pedido y aclaro que Anichin y el Pelado se divorciaron en 1992.
También aclaro que la foto que ilustra esta aclaración fue tomada en Villa Allende en la casa de Anahí Germán.
sábado, 8 de noviembre de 2008
El latinoamérico
Eppur, si muove
-¿Usted cree que puede haber un aborigen Emo?
-Sí. Respondí yo, desde mi sitio de inexperto blogger sin peinado.
Entonces, me contó que Demetrio Mendelejeff no pensó en él al diseñar su Tabla Periódica de Elementos Químicos. Pero fue previsor y humilde al advertir su presencia.
-¿De qué me habla? Le pregunté.
-Del Latinoamérico, ¡momia! Me contestó.
-Ah! creí que me hablaba del Hidrógeno, ó de Flor de la V, ó de Dios, ó de la zona de Ecuador donde llueven peces, ó de la zona del Paraguay donde llueven mandiocas, ó de la zona del Chaco donde de vez en cuando caen piedras del cielo.
-¿Parece qué nunca estudió la Tabla Periódica en Química? Dijo aplastándome.
-No, nunca la estudié, pero escuché hablar de ella. Alcancé a retrucar.
-La inventó un ruso, que se llamó Demetrio Mendelejeff, que no supo ubicar o se hizo el boludo con algunos elementos, y eso le gustó a la Iglesia:
La actitud del científico fue recibida con beneplácito por la mayor institución administradora de la Fe. Los sabios de la Oscuridad reunidos en el Vaticano interpretaron la moderación, ó el descuido, ó el desconocimiento de Mendelejeff como una consecuencia positiva del escarmiento que recibió Galileo Galilei, absuelto recién por el Papa Juan Pablo II.
Posteriormente, la comunidad científica fue más soberbia e intoxicada de información negó sistemáticamente al Latinoamérico, un elemento de las Tierras Raras, y fomentaron la existencia de otros artificiales y, desde luego, dieron al Europio una preponderancia desmedida, propio de conquistadores, de los dueños de las patentes de invención, amo y señores de la propiedad intelectual.
Este texto fue escrito en la sala de terapia intensiva del Hospital Privado de Córdoba en 1993 y se publicó en papel ese mismo año en formato libro En manos de El.
-¿Usted cree que puede haber un aborigen Emo?
-Sí. Respondí yo, desde mi sitio de inexperto blogger sin peinado.
Entonces, me contó que Demetrio Mendelejeff no pensó en él al diseñar su Tabla Periódica de Elementos Químicos. Pero fue previsor y humilde al advertir su presencia.
-¿De qué me habla? Le pregunté.
-Del Latinoamérico, ¡momia! Me contestó.
-Ah! creí que me hablaba del Hidrógeno, ó de Flor de la V, ó de Dios, ó de la zona de Ecuador donde llueven peces, ó de la zona del Paraguay donde llueven mandiocas, ó de la zona del Chaco donde de vez en cuando caen piedras del cielo.
-¿Parece qué nunca estudió la Tabla Periódica en Química? Dijo aplastándome.
-No, nunca la estudié, pero escuché hablar de ella. Alcancé a retrucar.
-La inventó un ruso, que se llamó Demetrio Mendelejeff, que no supo ubicar o se hizo el boludo con algunos elementos, y eso le gustó a la Iglesia:
La actitud del científico fue recibida con beneplácito por la mayor institución administradora de la Fe. Los sabios de la Oscuridad reunidos en el Vaticano interpretaron la moderación, ó el descuido, ó el desconocimiento de Mendelejeff como una consecuencia positiva del escarmiento que recibió Galileo Galilei, absuelto recién por el Papa Juan Pablo II.
Posteriormente, la comunidad científica fue más soberbia e intoxicada de información negó sistemáticamente al Latinoamérico, un elemento de las Tierras Raras, y fomentaron la existencia de otros artificiales y, desde luego, dieron al Europio una preponderancia desmedida, propio de conquistadores, de los dueños de las patentes de invención, amo y señores de la propiedad intelectual.
Este texto fue escrito en la sala de terapia intensiva del Hospital Privado de Córdoba en 1993 y se publicó en papel ese mismo año en formato libro En manos de El.
viernes, 7 de noviembre de 2008
Mujeres, mujeres que lucharon por un sueño
Anahí German y Ana María Sívori conforman la síntesis perfecta de las mujeres guerrilleras que pelearon por otra Argentina en el Siglo XX.
Ambas integraron el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP: Anahí fue la guerrillera más joven que hubo. Tenía 14 años cuando ingresó a una casa militar del ERP. Ana María por su parte fue una heroica guerrillera que combatió hasta el final al lado de su esposo Enrique Gorriarán Merlo.
Después de horas de conversaciones estoy finalizando el proyecto de un libro, que creo se merecen estas mujeres que más allá de los aciertos y de los errores han ofrendado su vida, han postergado sus proyectos personales por un ideal, por un sueño, por una sociedad más justa.
Tres Banderas y un destino
Por Vidal Mario
Extracto del libro "Alianza para la muerte"
El escritor y periodista paraguayo-chaqueño Vidal Mario abordó el sangriento episodio de la Guerra de la Triple Alianza en su libro "Alianza para la muerte", de donde rescaté este capítulo. El genocidio paraguayo enlutó, una vez más, a América Latina, y otra vez más, los cipayos latinoamericanos mataron aniquilaron a un pueblo "para y por" Gran Bretaña.
«El Paraguay, finalmente, ha sido arrasado. Las campanas ya repican por más de un millón cien mil paraguayos muertos. De un millón trescientos mil habitantes que había en 1863 sólo quedan doscientos treinta y un mil. El 5 de Enero de 1868 el ejército brasileño entra a Asunción, bonbardea el Palacio de López y enarbola la bandera imperial en lo más alto del mástil. Muchos niños son arrancados de los brazos de sus madres para terminar, vendidos como esclavos, en las plantaciones del Brasil. Todo el mundo corre por su vida, y la capital paraguaya, otrora populosa, queda desierta. «La urbe causaba lástima verla desprovista por completo de ser humano», cuenta el coronel José Luis Da Silva. El Archivo Nacional del Paraguay, con siglos de historia adentro, arde en llamas. «El Paraguayo» de Asunción, en su edición del 10 de octubre de 1945, recordaba de esta manera la quema y el saqueo de tan vitales documentaciones. «Los archivos del Paraguay fueron saqueados por los invasores durante la Guerra de la Triple Alianza. Muchos documentos nos faltan, inclusive para reconstruir nuestra historia, y podemos afirmar que al despojarse nuestro Archivo se seleccionaron todos aquellos documentos que podían comprometer la versión histórica que se fraguaba para quitarnos toda esperanza de reivindicación». Al igual que la sede del Archivo, las casas y edificios públicos también son saqueados, uno por uno, con esmero y sin apuro. «Los oficiales se sirvieron de las casas y de las cosas» apunta el mencionado coronel brasileño.Pero retrocedamos unos meses, a agosto de 1869. Francisco Solano López está cercado en su cuartel general de Azcurra. Necesita romper ese cerco para continuar su retirada hacia Cerro Corá. Para posibilitar el escape su jefe los paraguayos deciden llevar adelante la que sería una de las más terribles batallas de la historia militar del mundo: Acosta Ñu. Es el 16 de agosto del año 1869. «El día de la más heróica batalla americana: 20 mil soldados contra 3500 niños» sintetiza el periodista brasileño Julio José Chiavenato. 3500 niños, de 6 a 15 años, y quinientos veteranos comandados por el general Bernardino Caballero forman un gigantesco círculo y aguardan el ataque final. Con las primeras luces del día son atacados por el norte, por el sur, por el oeste, por el este. La matanza dura hasta la noche. El mencionado Chiavenato, en su libro «Genocidio Americano» describe de esta manera la matanza de criaturas convertidas en soldados: «Acosta Ñu es el símbolo más terrible de la crueldad de esa guerra: los niños de seis a ocho años, en el calor de la batalla, aterrados se aferraban a las piernas de los soldados brasileños, llorando, pidiendo que no los matasen. Y eran degollados en el acto. Escondidas en las selvas próximas las madres observaban el desarrollo de la lucha. No pocas de esa mujeres empuñaron las lanzas y llegaron a comandar grupos de niños en la resistencia. Finalmente, después de todo un día de lucha, los paraguayos fueron vencidos. Al atardecer, cuando las madres vinieron a recoger a los niños heridos y enterrar los muertos, el Conde D´Eu mandó incendiar la maleza. En la hoguera se veían niños correr hasta caer víctimas de las llamas. La resistencia de Acosta Ñu y el sacrificio de esos niños simbolizan perfectamente cómo la guerra se tornó implacable y sin concensiones. Tanto por el lado de Francisco Solano López, formando batallones de niños, como por el lado brasileño que no se avergonzó en matarlos. Simboliza, también, la expresión máxima de la defensa de la nacionalidad; la lucha extrema por la independencia nacional que desemboca en el suicidio colectivo de un pueblo que no quiere rendirse para no perder su libertad. La libertad, en el Paraguay de entonces, era el derecho a la tierra, a la alimentación, a la autonomía del país». Finalmente, al frente de unos trescientos o cuatroscientos soldados y civiles, tan hambrientos como él y que «lo siguen como perros», al decir de Sarmiento, Francisco Solano López llega a su destino final: Cerro Corá. Y espera la que sería la última batalla de su vida. El 1º de marzo de 1870 es cercado por las tropas brasileñas, comandadas por el general Cámara.En las orillas deñ Aquidabán es intimado a rendirse. Por toda respuesta, atropella a sus perseguidores al griot de «Muero con Mi Patria!». Un lancero perfora su vientre. Otro le asesta un sablazo en la cabeza. Perdiendo sangre a raudales y ayudado por dos soldados se interna en las aguas del río. Nuevamente cercado, recibe una segunda intimación a rendirse. Su segunda respuesta es blandir, ya débilmente, su espada en el aire. Cámara orden que lo desarmen. López, casi sin sentido y sin ver nada, enfrenta las sombras que se le aproximan. Hasta que se oye un estampido, una bala entra por sus costillas y lo mata.A pocos metros de distancia su hijo Pancho, de dieciocho años, lucha por su propia lucha, defendiendo a su madre y a sus hermanas por parte de padre. Tanto el muchacho como el vicepresidente del Paraguay, un anciano que sable en mano también le pone el pecho a la patrulla brasilña, cae muerto al lado de Elisa Lynch.El general Cámara escribe: «El tirano fue derrotado y no queriendo rendirse fue muerto a mi vista. Intimélo con orden de rendirse, cuando ya estaba completamente derrotado y gravemente herido, y no queriendo, fue muerto». Un teniente de apellido Fraga se precipita sobre el ilustre cadáver y le corta una oreja. Como si esta acción hubiese sido una orden, los demás hacen lo mismo. Uno le arranca un dedo, otro el cuero cabelludo. Por último, alguien le revienta la mandibula con la culata del fusil para llevarse sus dientes de recuerdo. Toda la soldadesca hace algo con el cuerpo del Mariscal. Algunos lo escupen. Otros lo patean.Terminado el macabro juego, entregan los despojos mutilados a su esposa. Ayudada por una de las hijas del Mariscal con otra mujer, ella cava una tumba para su esposo y otra para su hijo. Es el último acto en guerra de esta distinguida dama irlandesa que de haberlo querido podría a esas horas estar con sus hijos en París dándose una regalada vida, pero eligió seguir a su hombre, por las selvas de un remoto país, hasta el fin.Conocida la noticia, un manto de tristeza se anida en el corazón de la mayoría de las provincias argentinas. Saben que con López ha caído el último bastión de la resistencia a la política de Buenos Aires: el viejo federalismo del interior había muerto para siempre.Todo el Paraguay, ahora es una ancha tumba.»
En estas tierras
En estas tierras la vida tiene código de barras
El investigador social peruano Alejandro Sánchez Aizcorbe definió al antiguo vibrión colérico de sectario porque prefiere a los carenciados para consumar su ciclo biológico.
A esa conclusión arribó el mencionado escritor después de un riguroso estudio realizado en la desaparecida Universidad de La Cantuta, en la andina localidad de Chosica. Esta Casa de Altos Estudios fue destruida, clausurada, enterrada bajo un lodozal de sangre chola por alentar investigaciones subversivas.
Los peruanos que acompañaron a Sánchez Aizcorbe observaron mediante lentes construídas con escamas de pejerreyes que el vibrión no ingresa a la esfera de los hombres y de las mujeres que abrazan la función pública.
Esta conducta vibriónica se debe, -según los estudios incásicos-, a que los funcionarios de los estamentos estatales se lavan las manos automáticamente al terminar sus tareas.
El informe emitido por los sociólogos y dado a conocer a la Comunidad Científica Mundial, señala también, que esta costumbre delicada y profiláctica de la clase dirigencial es independiente al mecanismo de las designaciones.
Lima, gris como mi alma
La ciudad de Lima tiene la paz del Pacífico y la mirada firme de Los Andes. 1985-2006.-
El investigador social peruano Alejandro Sánchez Aizcorbe definió al antiguo vibrión colérico de sectario porque prefiere a los carenciados para consumar su ciclo biológico.
A esa conclusión arribó el mencionado escritor después de un riguroso estudio realizado en la desaparecida Universidad de La Cantuta, en la andina localidad de Chosica. Esta Casa de Altos Estudios fue destruida, clausurada, enterrada bajo un lodozal de sangre chola por alentar investigaciones subversivas.
Los peruanos que acompañaron a Sánchez Aizcorbe observaron mediante lentes construídas con escamas de pejerreyes que el vibrión no ingresa a la esfera de los hombres y de las mujeres que abrazan la función pública.
Esta conducta vibriónica se debe, -según los estudios incásicos-, a que los funcionarios de los estamentos estatales se lavan las manos automáticamente al terminar sus tareas.
El informe emitido por los sociólogos y dado a conocer a la Comunidad Científica Mundial, señala también, que esta costumbre delicada y profiláctica de la clase dirigencial es independiente al mecanismo de las designaciones.
Lima, gris como mi alma
La ciudad de Lima tiene la paz del Pacífico y la mirada firme de Los Andes. 1985-2006.-
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Melitona
Melitona Enrique
¿Acaso la memoria sigue la línea del tiempo?
Silencio.
Melitona Enrique también apeló al silencio para salvarse. Tuvo su prueba de fuego cuando la arrastraron hacia el corazón del monte bajo la balacera policial. Tenía que aguantar el dolor.
Las espinas, los arbustos y no sé cuántas cosas más marcaron su cuerpo como en una yerra. Nada podía ser más fuerte que su vida.
Sólo gesto. Nada de gritos. Nada de llantos.
Nada.
Su tío le dijo que el silencio era tan importante como esconderse. Si era necesario había que olvidar.
-¿Volver?
-Volver no.
El llamado de los santones no sonaba bien. No era el latido de los dioses; sino que parecía gemido, gemido ahogado de dolor, dolor de un corazón gigante que soportaba picotazos de cuervos.
De cuervos blancos.
Los caciques, los santones, Pedro Maidana, Dionisio Gómez y Machá estaban prisioneros, heridos, amenazados, y los obligaban a llamar a quienes se habían escapado.
En el Aguará el cielo era tristón, y ahí sí que no llovía. Apenas si el agua salpicaba.
Ella, una hermosa joven, joven toba qom, de 23 años, no sabía cómo borrar lo sucedido esa mañana, esa mañana de sábado, sábado neblinoso.
Ese 19 de julio de 1924, sangriento, cuando esos hombres blancos, shegua lapagaic kabemaic, mataban y mataban desde un aparato que volaba. Aquellos labios de aquellas bocas con aquellas dentaduras.
Aquellos hombres blancos, shegua lapagaic kabemaic, hombres blancos con gafas negras, que miraban y se reían desde arriba.
¡Cómo olvidarlo!
Se reían como diablos, y gritaban como lobos.
Abrían la boca… Abrían la boca y lanzaban bocanadas de fuego
Se reían y festejaban cuando caían los niños con miradas extraviadas, tropezando con mocos y estallando contra el suelo.
Se reían y festejaban cuando caían las mujeres con muecas desgarradoras, con los pechos repletos de savia, estallados, revolcándose en la tierra, escapándose del barro de sangre, sudor y pánico.
Se reían y festejaban cuando caían los ancianos con sus brazos abiertos y las dentaduras al viento pidiendo clemencia para su gente.
¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo olvidarlo!
Y después los policías a caballo que disparaban. Era un concierto de desgracias. Y los de a pie que degollaban con tanta furia que los uniformes reventaban.
No parecían seres humanos.
¿O sí?
¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo olvidarlo!
Pero el miedo arrancó el párrafo más triste, insoportablemente triste.
Melitona fue inclinando despacito su cabeza
Silencio con la cabeza baja.
¿Vergüenza?
¿Respeto?
¿Angustia?
Corrían hacia el monte con desesperación. Caían y se arrastraban entre cadáveres de familiares, de amigos, entre los truenos de las armas, entre los gritos, entre los sollozos.
El llamado. La voz. Los gritos de los santones no sonaban bien. No eran latidos de los dioses; parecían gemidos, gemidos ahogados, ahogados de dolor.
Ya no había corazón.
Los picotazos de los cuervos blancos deshilachaban las almas, y la sangre, y la tierra, y el agua, y el monte; en fin: los dioses, o la vida.
En carne viva.
Todas llagas.
Durante el mediodía de ese maldito sábado, el avión, ese cuervo blanco gigantesco, sobrevoló el lugar de la masacre para ver si quedaban aborígenes vivos.
Las llamas de una fogata gigante hincaban el trono de los dioses.
Un viento acarició las heridas en El Aguará.
No había que volver.
Sudor frío.
Aquella mañana, Melitona corría hacia el monte y cayó. Entre todos la arrastraron más de quinientos metros. Estuvo días sin comer. Ella y su madre no probaron bocado. No tenían nada, ni agua.
Al monte, a ese inmenso Pi`oxonaq, sólo le pedían protección para que el dolor nutra la divinidad. Varios días, varias noches, desnutridas, deshidratadas, heridas, arrastrándose hasta que se abrazaron a la tierra con toda la fuerza y ahí se quedaron.
Aplastadas como láminas humanas.
Sus huesos parecían senderos de hormigas y sus cabelleras mimetizadas con el verde golpeado, chamuscado, invadían las gramíneas.
Nadie las veía; aunque las pisaran esas botas de esas borracheras malnacidas; aunque los cuervos blancos ingresaran a picotazos al verde boscoso; aunque los machetes brillaran y los balazos zumbaran.
Nadie, nadie las veía.
El silencio era montés, el olor era montés. Los pumas entendían, las víboras colaboraban y entre imperceptibles movimientos, ellas, madre e hija, unidas por un finísimo hilo de respiración eran espirales de enredaderas sobre hojas, tallos, troncos, ramas. Eran verdes cuando había que ser verdes. Eran marrones cuando había que ser marrones. Eran gris humo de barro cocido cuando había que esfumarse.
La vida.
¡Cómo cuidar la vida!
La madre no aguantó: Se fue en sangre.
Melitona sintió el escalofrío del último respiro pero siguió escondida por los bosques hasta que se hizo olvido, y con el olvido a cuestas pudo llegar a Quitilipi.
En Quitilipi fue lechuza, fue carpincho, fue tatú, fue vizcacha, fue liebre.
En el peregrinar perdió los abuelos, los hermanos, los tíos, los primos; mientras le giraban sin cesar por su cabeza los consejos de la sobrevivencia:
—El silencio es la salvación; y el olvido es la eternidad.
En el camino entre Quitilipi y Machagai, entre cosechas mal pagas, entre los días negros en los hornos de carbón, en los cortaderos de ladrillos, entre las espinas y las astillas en el juntado de leñas, en las noches obrajeras, el olvido se le hizo más profundo, tan profundo como el miedo.
Y así, mansamente, emprendió el regreso al paraje.
Las cicatrices hacían de su cuerpo un aliento.
Ya no quedaban rastros de la fogata ni los huesos de su tribu ni el llamado del santón.
El Aguará era otro paraje. Estaba distinto. ¡Tan distinto que, donde estaban las tolderías habían sembrado algodón!
El silencio, el olvido, el sufrimiento, las penas, todo, todo se aceptaba porque la sangre estaba en El Aguará.
El silencio, el olvido, el sufrimiento, las penas, todo, todo se aceptaba; porque la sangre estaba en El Aguará.
Llegó como un fantasma, como si lo vivido hubiese sido una leyenda.
La angustia se había endurecido en las entrañas de Melitona.
Su piel empezó a oler distinto.
Su color era distinto.
Se había acostumbrado a la ronda de los cuervos blancos.
La mujer había cambiado, y para siempre.
Sobreviviente.
El Aguará, triste.Y más triste cuando asomaban las nubes y soplaban los vientos, y el Norte volvía marrón el verde, pajonal bravo, y alejaba el capullo del algodonero.
Para visitar a Melitona, la sobreviviente, tuvo que estar con la resistencia baja y los dioses distraídos:
Los sueños y las promesas tienen que chocarse y los chispazos de apuros enceguecer de bronca.
Tendría que llover para que la altanería del dokse escurra.
¡Ahora sí!
¡Ahora sí!
Sin apuro, humilde, con los sentidos atentos a señales simples e invalorables.
Llovía.
Y el carro que iba de cuneta en cuneta —como un tractor[U1] — hacía huellas en el barro, que parecía intransitable.
Era un viaje de iniciados.
—Atravesar el cementerio, que el barro te pegara en el pecho, y que Melitona mirara sin mirar, guiando al Norte, orientado hacia el encuentro, no era nada para Rosa Chará.
La hija de otra sobreviviente fallecida en 1996.
—No[U2] llevábamos mercadería para la abuela —se lamentó el marido de la comadrona.
—Alguien nos está espiando —le dije a Rosa.
—No, no. Quédese tranquilo. Es el escalofrío de la lluvia y el barro. Hace nueve meses que no llueve — respondió tranquila la guía.
Cuando nos acercábamos al rancho, en pleno Aguará, a pocos metros de donde sucedió la terrible masacre, tuve una sensación tormentosa centrada en la visita de animales que hablaban e invitaban a pescar y a preparar el fuego esclarecedor.
Un carpincho dijo que los muertos que perdieron la vida injustamente no estarán tranquilos y rondarán las tierras de sus antepasados.
El fuego latía apenas en el rancho de los hermanos Irigoyen. Dicen que el fuego está siempre y late tranquilo. El humo no molestaba.
El espanto era llevado en andas por la perrada que peleaba palmo a palmo su existencia entre sarnas, garrapatas, moquillos y un ejército de parásitos.
Los mosquitos y los jejenes protestaban por la cortina de humo entre cenizas que prolongaban el gris de la cabellera de Melitona, que alguna vez fue azabache.
La anciana toba-qom vivía aún ahí.
Estaba ahí con dos de sus doce hijos, postrada en algo semejante a un catre, donde arañaba un lugar entre los animales y con quienes quería compartir sus 107 años.
Esos años que le enseñaron que su historia, la historia de su pueblo, se había reducido a derrota. Derrota con olor a genocidio.
Genocidio dando paso al exterminio.
Movía constantemente sus manos como si estuviera hilando algodón.
¡Algodón!
Aquel algodón que tanto apetecían los ingleses para su industria textil de Lancashire.
Aquel algodón que tanto apetecían los norteamericanos para abastecer a los ingleses de la Cotton Supply Association.
Aquel algodón que tanto apetecían, que tanto necesitaban las fabriles ciudades de Manchester.
Pero ella sólo sabía de administradores, capataces y colonos blancos.
Acariciaba un trapito azul agradeciendo la única suavidad que conocieron sus agrietados dedos.
Se limpiaba con una precisión horaria, a cada rato, sus ojos profundos que se humedecían automáticamente y parecían llorar a cuenta de tanto horror que vio.
Se limpiaba con el mismo trapito azul la boca que se abría buscando oxígeno para dibujar palabras después de tanto silencio.
Napalpí.
Aquella terrible matanza del algodón.
El padecimiento amasó silencio de víctimas, y más silencio de victimarios. Años y años en silencio. Años y años de crónicas distorsionadas. De lechuzas malagüeras, de quitilipis heridos.
Napalpí impunidad, Napalpí miedo, Napalpí resignación.
La vida siguió dura, durísima, cruel para los aborígenes.
Nunca pareció vida.
Los descendientes de las víctimas dijeron que vivirán un eterno Napalpí.
Un Napalpí actualizado, un Napalpí vigente.
La masacre de todos los días.
Melitona enfermó y no le quedaron fuerzas. Ya no tuvo aquella fuerza que usó aquella mañana, cuando los policías del Territorio del Chaco ametrallaban y ametrallaban, degollaban y degollaban, empalaban cadáveres, extirpaban cuerpos, violaban mujeres y niños, y jugaban con los restos de las ancianas.
Y no pudo escapar a tiempo como escapó con su madre.
—Los policías andaban a caballo. Pero los que venían a pie ametrallaron primero —tradujo Sabino.
Siempre tuvo miedo a los uniformados. Ese miedo nunca se le fue.
De tanto olvido, ahora está olvidada, lejos del pavimento, reducida a un cofre donde hay silencios, o cosas sencillas, o sabiduría que no cotiza en el mercado.
Sigue el hambre, el abandono, pero come, come al compás de un salto por un bizcocho, al compás del salto de un caballo geográfico en un complicado tablero de ajedrez.
Los medicamentos llegan cuando hay gasoil para la camioneta de la posta sanitaria.
—Hoy ya no nos matan a palos y a balazos —dijo pausadamente.
Se fueron para la casa de don Segundo, donde protegían a los refugiados. Allí se enteraron de que desde el aparato que volaba mataron a sus abuelas, y que los policías a caballo asesinaron a los abuelos.
Melitona tenía los crímenes en la sangre cuando se casó con Dalmacio Irigoyen. Sus doce hijos heredaron el miedo y se debilitó la dignidad qom de los caciques Dialrochií y Juanalraí.
Prevaleció la derrota.
La sangre se estiró inevitablemente y como brazos infinitos, de aquí en más, sobrevivirá licuada, mezclada, hasta secarse en más crímenes.
Y se extinguirá una lengua muda.
Hace poco se enteró de que sus hijos y sus hermanos están desparramados por los barrios tobas de Buenos Aires, por el barrio “Los Pumitas” de Rosario, por Santa Fe, por el barrio Qom lec de Formosa, por el Chaco.
Nunca más los vio.
Otro dolor vivo.
Las piernas no le respondían. La sacaron afuera en un lindo día, para que caminase un poco, para que vea con esos ojos llorosos el campo, para que no pierda el suspiro de belleza, ese esfuerzo por soñar, aunque sea por una ayuda.
Melitona no estuvo acostumbrada a usar la memoria. No la usó. La mantuvo quieta, casi agonizante, mucho tiempo. Pero, de a poco, naturalmente, su memoria quiso resucitar. Y en esos espasmos memoriosos, habló, recordó que trabajaban los hombres y las mujeres todo el día.
Había organización.
Las mujeres se ocupaban de los quehaceres en el rancho y en la cosecha.
Se escaparon muchos. No supo por qué vinieron a matarlos ese día de crespón negro. Estaba convencida de no tener culpa.
«Nadie avisó que querían pelear. Estábamos durmiendo porque la noche anterior tuvimos fiesta.
Los administradores y los capataces se habían ido».
Su tío se volvió loco. Pegaba cabezazos a la tierra, a los árboles, y corría de un lado para otro. Enloqueció cuando regresaba al lugar de la matanza y en el camino vio cómo los cuervos destrozaban los cuerpos de su madre y de su hermano.
Volvió la memoria, y en un qom contaminado de castellano primitivo dijo que su marido también se escapó de Napalpí.
Irigoyen trabajaba de boyero, y contó:
«Nuestros hombres se amontonaban para el reclamo. Les pagaban muy poco en el obraje, por los postes, por la leña, y por la cosecha de algodón. No les daban plata. Sólo mercadería para la olla grande donde todos comíamos. Por eso se reunieron para reclamar a los administradores, para decirles a los patrones del mal trato.
Y se enojaron y por lo que contaban, en Resistencia, el Gobernador se enfureció.
El reclamo, el pedido de nosotros, los enojó.
Y nos mataron.
En el Aguara éramos como mil aborígenes cuando atacaron. En las tolderías no había armas de fuego. Y nos mataron más de doscientos: hombres, mujeres, ancianos, ancianas, y niños. Los hombres querían volver a las tolderías pero éramos perseguidos por la policía. Nunca hubo malones. Querían que trabajáramos a cambio de nada, querían sacarnos las tierras, querían eliminarnos.
Querían eso: eliminar a todos los aborígenes y meter gente criolla, gente gringa. Los aborígenes queremos trabajar en agricultura».
Melitona se hundió en el qom milenario y Mario y Sabino Irigoyen, los hijos que más la cuidan, se hundieron con ella.
Desde una profundidad milenaria nació una voz. Imposible saber si era de la anciana, de la sobreviviente, o de los hijos. Pero la esencia era una sola:
«Trabajar como aborigen.
Los aborígenes no somos malos.
Los blancos nos quieren eliminar:
¿Por qué?
Si todos somos iguales».
[U3]
Silencio.
Volvieron del silencio.
Ella esperó.
Ella necesita.
—Al techo de su rancho le pusimos una frazadita por la calentadura del sol —explicó Sabino Irigoyen.
Sequía.
Inundaciones.
Verano.
Viento Norte.
Chaco caluroso.
Chaco adentro.
Nota: Este texto promovió los festejos oficiales que el Gobierno de la provincia del chaco le ofreciÓ a melitona enrique, el 16 de Enero de 2008, al cumplir 107 años de edad, y donde el estado pidiÓ disculpas por la matanza de napalpÍ.
Melitona Enrique vive desde enero del 2008 en Machagai
La joven qom de aquellos tiempos
Las vizcachas salieron y se pusieron a tocar instrumentos ocasionales y a bailar.
El Aguará se transformó en una pista bailable grande.
1
Melitona había escuchado hablar, en varias oportunidades, de la araxanaq’ late’, víbora madre, víbora masculina y femenina, que provocaba terremotos y calamidades cuando se enojaba. Pero ella nunca la tuvo en cuenta hasta que llegó su fiesta, la fiesta de su pubertad.
Melitona regresaba del monte y de repente sintió miedo.
Eran pasos de blancos, de aquellos hombres blancos, de mal carácter, los shegua lapagaic kabemaic que violaban, y violaban a las chicas tobas-qom.
Corrió menstruando y maravillosamente se zambulló en la tierra. Su silueta delgada serpenteaba sobre un sendero de hormigas coloradas, adornado de espinas.
Se sentía acompañada por lagartijas, que la defendían moviéndose sin ton ni son para despistar y con una habilidad propia de la naturaleza, contorneándose, ingresó en una vizcachera.
A pesar de todo, llevaba buen aliento, colores vivos y olores desafiantes.
En la galería subterránea se topó con las habitantes de la madriguera.
Melitona irguió sólo su torso y apoyó sus manos para sostenerse. Aguantó la respiración y las miró fija[U4] .
Las vizcachas entendieron el mensaje y rápidamente salieron a escarbar por todos lados para construir una, dos, tres, varias, muchas salidas.
El ruido y el movimiento que había dentro de la tierra asustaron a aquellos hombres blancos, aquellos hombres de mal carácter, los shegua lapagaic kabemaic que bajo una pavura inusual escaparon de El Aguará.
Dicen que creyeron que era un terremoto.
2
Dalmacio Irigoyen era un bravo kom late¨ e. Llegaba al galope a las tolderías de El Aguará. Siempre parecía desbocado, desbocado como su caballo.
Hombre y animal hacían una yunta frenética.
Un día se detuvieron en seco. Fue un instante. Dio la sensación de que hasta su caballo lo trató de loco.
¡Sí, loco, alaxaic, fuera de sí!
Cuando la vio, quedó loco.
Quería tener hijos con ella.
Pasó el tiempo y Melitona se había apoderado de sus sueños.
Una noche salió desesperado y la luz de una de las estrellas blancas que lo acompañaba en su camino hacia Quitilipi le hizo ver que Melitona no era cualquier mujer, era especial, y tenía algo que hacer para su gente, una tarea superior; por eso la seguían Huashi, la enanita de la fecundidad, y la araxanaq’ late’.
Irigoyen no se dio por vencido, y por consejo de su primo que estaba casado con la hermana de la joven, buscó ´Iyaxaic, la hierba para excitar el amor, y se la dio en un encuentro fortuito.
Melitona no comió.
Irigoyen se puso triste.
A pesar del rechazo, una tarde de lluvia, Irigoyen insistió, y la esperó debajo de un palo santo, árbol sagrado de los tobas, y apenas salió el arco iris asomó Melitona sonriente.
Tuvieron doce hijos.
¿Acaso la memoria sigue la línea del tiempo?
Silencio.
Melitona Enrique también apeló al silencio para salvarse. Tuvo su prueba de fuego cuando la arrastraron hacia el corazón del monte bajo la balacera policial. Tenía que aguantar el dolor.
Las espinas, los arbustos y no sé cuántas cosas más marcaron su cuerpo como en una yerra. Nada podía ser más fuerte que su vida.
Sólo gesto. Nada de gritos. Nada de llantos.
Nada.
Su tío le dijo que el silencio era tan importante como esconderse. Si era necesario había que olvidar.
-¿Volver?
-Volver no.
El llamado de los santones no sonaba bien. No era el latido de los dioses; sino que parecía gemido, gemido ahogado de dolor, dolor de un corazón gigante que soportaba picotazos de cuervos.
De cuervos blancos.
Los caciques, los santones, Pedro Maidana, Dionisio Gómez y Machá estaban prisioneros, heridos, amenazados, y los obligaban a llamar a quienes se habían escapado.
En el Aguará el cielo era tristón, y ahí sí que no llovía. Apenas si el agua salpicaba.
Ella, una hermosa joven, joven toba qom, de 23 años, no sabía cómo borrar lo sucedido esa mañana, esa mañana de sábado, sábado neblinoso.
Ese 19 de julio de 1924, sangriento, cuando esos hombres blancos, shegua lapagaic kabemaic, mataban y mataban desde un aparato que volaba. Aquellos labios de aquellas bocas con aquellas dentaduras.
Aquellos hombres blancos, shegua lapagaic kabemaic, hombres blancos con gafas negras, que miraban y se reían desde arriba.
¡Cómo olvidarlo!
Se reían como diablos, y gritaban como lobos.
Abrían la boca… Abrían la boca y lanzaban bocanadas de fuego
Se reían y festejaban cuando caían los niños con miradas extraviadas, tropezando con mocos y estallando contra el suelo.
Se reían y festejaban cuando caían las mujeres con muecas desgarradoras, con los pechos repletos de savia, estallados, revolcándose en la tierra, escapándose del barro de sangre, sudor y pánico.
Se reían y festejaban cuando caían los ancianos con sus brazos abiertos y las dentaduras al viento pidiendo clemencia para su gente.
¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo olvidarlo!
Y después los policías a caballo que disparaban. Era un concierto de desgracias. Y los de a pie que degollaban con tanta furia que los uniformes reventaban.
No parecían seres humanos.
¿O sí?
¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo olvidarlo!
Pero el miedo arrancó el párrafo más triste, insoportablemente triste.
Melitona fue inclinando despacito su cabeza
Silencio con la cabeza baja.
¿Vergüenza?
¿Respeto?
¿Angustia?
Corrían hacia el monte con desesperación. Caían y se arrastraban entre cadáveres de familiares, de amigos, entre los truenos de las armas, entre los gritos, entre los sollozos.
El llamado. La voz. Los gritos de los santones no sonaban bien. No eran latidos de los dioses; parecían gemidos, gemidos ahogados, ahogados de dolor.
Ya no había corazón.
Los picotazos de los cuervos blancos deshilachaban las almas, y la sangre, y la tierra, y el agua, y el monte; en fin: los dioses, o la vida.
En carne viva.
Todas llagas.
Durante el mediodía de ese maldito sábado, el avión, ese cuervo blanco gigantesco, sobrevoló el lugar de la masacre para ver si quedaban aborígenes vivos.
Las llamas de una fogata gigante hincaban el trono de los dioses.
Un viento acarició las heridas en El Aguará.
No había que volver.
Sudor frío.
Aquella mañana, Melitona corría hacia el monte y cayó. Entre todos la arrastraron más de quinientos metros. Estuvo días sin comer. Ella y su madre no probaron bocado. No tenían nada, ni agua.
Al monte, a ese inmenso Pi`oxonaq, sólo le pedían protección para que el dolor nutra la divinidad. Varios días, varias noches, desnutridas, deshidratadas, heridas, arrastrándose hasta que se abrazaron a la tierra con toda la fuerza y ahí se quedaron.
Aplastadas como láminas humanas.
Sus huesos parecían senderos de hormigas y sus cabelleras mimetizadas con el verde golpeado, chamuscado, invadían las gramíneas.
Nadie las veía; aunque las pisaran esas botas de esas borracheras malnacidas; aunque los cuervos blancos ingresaran a picotazos al verde boscoso; aunque los machetes brillaran y los balazos zumbaran.
Nadie, nadie las veía.
El silencio era montés, el olor era montés. Los pumas entendían, las víboras colaboraban y entre imperceptibles movimientos, ellas, madre e hija, unidas por un finísimo hilo de respiración eran espirales de enredaderas sobre hojas, tallos, troncos, ramas. Eran verdes cuando había que ser verdes. Eran marrones cuando había que ser marrones. Eran gris humo de barro cocido cuando había que esfumarse.
La vida.
¡Cómo cuidar la vida!
La madre no aguantó: Se fue en sangre.
Melitona sintió el escalofrío del último respiro pero siguió escondida por los bosques hasta que se hizo olvido, y con el olvido a cuestas pudo llegar a Quitilipi.
En Quitilipi fue lechuza, fue carpincho, fue tatú, fue vizcacha, fue liebre.
En el peregrinar perdió los abuelos, los hermanos, los tíos, los primos; mientras le giraban sin cesar por su cabeza los consejos de la sobrevivencia:
—El silencio es la salvación; y el olvido es la eternidad.
En el camino entre Quitilipi y Machagai, entre cosechas mal pagas, entre los días negros en los hornos de carbón, en los cortaderos de ladrillos, entre las espinas y las astillas en el juntado de leñas, en las noches obrajeras, el olvido se le hizo más profundo, tan profundo como el miedo.
Y así, mansamente, emprendió el regreso al paraje.
Las cicatrices hacían de su cuerpo un aliento.
Ya no quedaban rastros de la fogata ni los huesos de su tribu ni el llamado del santón.
El Aguará era otro paraje. Estaba distinto. ¡Tan distinto que, donde estaban las tolderías habían sembrado algodón!
El silencio, el olvido, el sufrimiento, las penas, todo, todo se aceptaba porque la sangre estaba en El Aguará.
El silencio, el olvido, el sufrimiento, las penas, todo, todo se aceptaba; porque la sangre estaba en El Aguará.
Llegó como un fantasma, como si lo vivido hubiese sido una leyenda.
La angustia se había endurecido en las entrañas de Melitona.
Su piel empezó a oler distinto.
Su color era distinto.
Se había acostumbrado a la ronda de los cuervos blancos.
La mujer había cambiado, y para siempre.
Sobreviviente.
El Aguará, triste.Y más triste cuando asomaban las nubes y soplaban los vientos, y el Norte volvía marrón el verde, pajonal bravo, y alejaba el capullo del algodonero.
Para visitar a Melitona, la sobreviviente, tuvo que estar con la resistencia baja y los dioses distraídos:
Los sueños y las promesas tienen que chocarse y los chispazos de apuros enceguecer de bronca.
Tendría que llover para que la altanería del dokse escurra.
¡Ahora sí!
¡Ahora sí!
Sin apuro, humilde, con los sentidos atentos a señales simples e invalorables.
Llovía.
Y el carro que iba de cuneta en cuneta —como un tractor[U1] — hacía huellas en el barro, que parecía intransitable.
Era un viaje de iniciados.
—Atravesar el cementerio, que el barro te pegara en el pecho, y que Melitona mirara sin mirar, guiando al Norte, orientado hacia el encuentro, no era nada para Rosa Chará.
La hija de otra sobreviviente fallecida en 1996.
—No[U2] llevábamos mercadería para la abuela —se lamentó el marido de la comadrona.
—Alguien nos está espiando —le dije a Rosa.
—No, no. Quédese tranquilo. Es el escalofrío de la lluvia y el barro. Hace nueve meses que no llueve — respondió tranquila la guía.
Cuando nos acercábamos al rancho, en pleno Aguará, a pocos metros de donde sucedió la terrible masacre, tuve una sensación tormentosa centrada en la visita de animales que hablaban e invitaban a pescar y a preparar el fuego esclarecedor.
Un carpincho dijo que los muertos que perdieron la vida injustamente no estarán tranquilos y rondarán las tierras de sus antepasados.
El fuego latía apenas en el rancho de los hermanos Irigoyen. Dicen que el fuego está siempre y late tranquilo. El humo no molestaba.
El espanto era llevado en andas por la perrada que peleaba palmo a palmo su existencia entre sarnas, garrapatas, moquillos y un ejército de parásitos.
Los mosquitos y los jejenes protestaban por la cortina de humo entre cenizas que prolongaban el gris de la cabellera de Melitona, que alguna vez fue azabache.
La anciana toba-qom vivía aún ahí.
Estaba ahí con dos de sus doce hijos, postrada en algo semejante a un catre, donde arañaba un lugar entre los animales y con quienes quería compartir sus 107 años.
Esos años que le enseñaron que su historia, la historia de su pueblo, se había reducido a derrota. Derrota con olor a genocidio.
Genocidio dando paso al exterminio.
Movía constantemente sus manos como si estuviera hilando algodón.
¡Algodón!
Aquel algodón que tanto apetecían los ingleses para su industria textil de Lancashire.
Aquel algodón que tanto apetecían los norteamericanos para abastecer a los ingleses de la Cotton Supply Association.
Aquel algodón que tanto apetecían, que tanto necesitaban las fabriles ciudades de Manchester.
Pero ella sólo sabía de administradores, capataces y colonos blancos.
Acariciaba un trapito azul agradeciendo la única suavidad que conocieron sus agrietados dedos.
Se limpiaba con una precisión horaria, a cada rato, sus ojos profundos que se humedecían automáticamente y parecían llorar a cuenta de tanto horror que vio.
Se limpiaba con el mismo trapito azul la boca que se abría buscando oxígeno para dibujar palabras después de tanto silencio.
Napalpí.
Aquella terrible matanza del algodón.
El padecimiento amasó silencio de víctimas, y más silencio de victimarios. Años y años en silencio. Años y años de crónicas distorsionadas. De lechuzas malagüeras, de quitilipis heridos.
Napalpí impunidad, Napalpí miedo, Napalpí resignación.
La vida siguió dura, durísima, cruel para los aborígenes.
Nunca pareció vida.
Los descendientes de las víctimas dijeron que vivirán un eterno Napalpí.
Un Napalpí actualizado, un Napalpí vigente.
La masacre de todos los días.
Melitona enfermó y no le quedaron fuerzas. Ya no tuvo aquella fuerza que usó aquella mañana, cuando los policías del Territorio del Chaco ametrallaban y ametrallaban, degollaban y degollaban, empalaban cadáveres, extirpaban cuerpos, violaban mujeres y niños, y jugaban con los restos de las ancianas.
Y no pudo escapar a tiempo como escapó con su madre.
—Los policías andaban a caballo. Pero los que venían a pie ametrallaron primero —tradujo Sabino.
Siempre tuvo miedo a los uniformados. Ese miedo nunca se le fue.
De tanto olvido, ahora está olvidada, lejos del pavimento, reducida a un cofre donde hay silencios, o cosas sencillas, o sabiduría que no cotiza en el mercado.
Sigue el hambre, el abandono, pero come, come al compás de un salto por un bizcocho, al compás del salto de un caballo geográfico en un complicado tablero de ajedrez.
Los medicamentos llegan cuando hay gasoil para la camioneta de la posta sanitaria.
—Hoy ya no nos matan a palos y a balazos —dijo pausadamente.
Se fueron para la casa de don Segundo, donde protegían a los refugiados. Allí se enteraron de que desde el aparato que volaba mataron a sus abuelas, y que los policías a caballo asesinaron a los abuelos.
Melitona tenía los crímenes en la sangre cuando se casó con Dalmacio Irigoyen. Sus doce hijos heredaron el miedo y se debilitó la dignidad qom de los caciques Dialrochií y Juanalraí.
Prevaleció la derrota.
La sangre se estiró inevitablemente y como brazos infinitos, de aquí en más, sobrevivirá licuada, mezclada, hasta secarse en más crímenes.
Y se extinguirá una lengua muda.
Hace poco se enteró de que sus hijos y sus hermanos están desparramados por los barrios tobas de Buenos Aires, por el barrio “Los Pumitas” de Rosario, por Santa Fe, por el barrio Qom lec de Formosa, por el Chaco.
Nunca más los vio.
Otro dolor vivo.
Las piernas no le respondían. La sacaron afuera en un lindo día, para que caminase un poco, para que vea con esos ojos llorosos el campo, para que no pierda el suspiro de belleza, ese esfuerzo por soñar, aunque sea por una ayuda.
Melitona no estuvo acostumbrada a usar la memoria. No la usó. La mantuvo quieta, casi agonizante, mucho tiempo. Pero, de a poco, naturalmente, su memoria quiso resucitar. Y en esos espasmos memoriosos, habló, recordó que trabajaban los hombres y las mujeres todo el día.
Había organización.
Las mujeres se ocupaban de los quehaceres en el rancho y en la cosecha.
Se escaparon muchos. No supo por qué vinieron a matarlos ese día de crespón negro. Estaba convencida de no tener culpa.
«Nadie avisó que querían pelear. Estábamos durmiendo porque la noche anterior tuvimos fiesta.
Los administradores y los capataces se habían ido».
Su tío se volvió loco. Pegaba cabezazos a la tierra, a los árboles, y corría de un lado para otro. Enloqueció cuando regresaba al lugar de la matanza y en el camino vio cómo los cuervos destrozaban los cuerpos de su madre y de su hermano.
Volvió la memoria, y en un qom contaminado de castellano primitivo dijo que su marido también se escapó de Napalpí.
Irigoyen trabajaba de boyero, y contó:
«Nuestros hombres se amontonaban para el reclamo. Les pagaban muy poco en el obraje, por los postes, por la leña, y por la cosecha de algodón. No les daban plata. Sólo mercadería para la olla grande donde todos comíamos. Por eso se reunieron para reclamar a los administradores, para decirles a los patrones del mal trato.
Y se enojaron y por lo que contaban, en Resistencia, el Gobernador se enfureció.
El reclamo, el pedido de nosotros, los enojó.
Y nos mataron.
En el Aguara éramos como mil aborígenes cuando atacaron. En las tolderías no había armas de fuego. Y nos mataron más de doscientos: hombres, mujeres, ancianos, ancianas, y niños. Los hombres querían volver a las tolderías pero éramos perseguidos por la policía. Nunca hubo malones. Querían que trabajáramos a cambio de nada, querían sacarnos las tierras, querían eliminarnos.
Querían eso: eliminar a todos los aborígenes y meter gente criolla, gente gringa. Los aborígenes queremos trabajar en agricultura».
Melitona se hundió en el qom milenario y Mario y Sabino Irigoyen, los hijos que más la cuidan, se hundieron con ella.
Desde una profundidad milenaria nació una voz. Imposible saber si era de la anciana, de la sobreviviente, o de los hijos. Pero la esencia era una sola:
«Trabajar como aborigen.
Los aborígenes no somos malos.
Los blancos nos quieren eliminar:
¿Por qué?
Si todos somos iguales».
[U3]
Silencio.
Volvieron del silencio.
Ella esperó.
Ella necesita.
—Al techo de su rancho le pusimos una frazadita por la calentadura del sol —explicó Sabino Irigoyen.
Sequía.
Inundaciones.
Verano.
Viento Norte.
Chaco caluroso.
Chaco adentro.
Nota: Este texto promovió los festejos oficiales que el Gobierno de la provincia del chaco le ofreciÓ a melitona enrique, el 16 de Enero de 2008, al cumplir 107 años de edad, y donde el estado pidiÓ disculpas por la matanza de napalpÍ.
Melitona Enrique vive desde enero del 2008 en Machagai
La joven qom de aquellos tiempos
Las vizcachas salieron y se pusieron a tocar instrumentos ocasionales y a bailar.
El Aguará se transformó en una pista bailable grande.
1
Melitona había escuchado hablar, en varias oportunidades, de la araxanaq’ late’, víbora madre, víbora masculina y femenina, que provocaba terremotos y calamidades cuando se enojaba. Pero ella nunca la tuvo en cuenta hasta que llegó su fiesta, la fiesta de su pubertad.
Melitona regresaba del monte y de repente sintió miedo.
Eran pasos de blancos, de aquellos hombres blancos, de mal carácter, los shegua lapagaic kabemaic que violaban, y violaban a las chicas tobas-qom.
Corrió menstruando y maravillosamente se zambulló en la tierra. Su silueta delgada serpenteaba sobre un sendero de hormigas coloradas, adornado de espinas.
Se sentía acompañada por lagartijas, que la defendían moviéndose sin ton ni son para despistar y con una habilidad propia de la naturaleza, contorneándose, ingresó en una vizcachera.
A pesar de todo, llevaba buen aliento, colores vivos y olores desafiantes.
En la galería subterránea se topó con las habitantes de la madriguera.
Melitona irguió sólo su torso y apoyó sus manos para sostenerse. Aguantó la respiración y las miró fija[U4] .
Las vizcachas entendieron el mensaje y rápidamente salieron a escarbar por todos lados para construir una, dos, tres, varias, muchas salidas.
El ruido y el movimiento que había dentro de la tierra asustaron a aquellos hombres blancos, aquellos hombres de mal carácter, los shegua lapagaic kabemaic que bajo una pavura inusual escaparon de El Aguará.
Dicen que creyeron que era un terremoto.
2
Dalmacio Irigoyen era un bravo kom late¨ e. Llegaba al galope a las tolderías de El Aguará. Siempre parecía desbocado, desbocado como su caballo.
Hombre y animal hacían una yunta frenética.
Un día se detuvieron en seco. Fue un instante. Dio la sensación de que hasta su caballo lo trató de loco.
¡Sí, loco, alaxaic, fuera de sí!
Cuando la vio, quedó loco.
Quería tener hijos con ella.
Pasó el tiempo y Melitona se había apoderado de sus sueños.
Una noche salió desesperado y la luz de una de las estrellas blancas que lo acompañaba en su camino hacia Quitilipi le hizo ver que Melitona no era cualquier mujer, era especial, y tenía algo que hacer para su gente, una tarea superior; por eso la seguían Huashi, la enanita de la fecundidad, y la araxanaq’ late’.
Irigoyen no se dio por vencido, y por consejo de su primo que estaba casado con la hermana de la joven, buscó ´Iyaxaic, la hierba para excitar el amor, y se la dio en un encuentro fortuito.
Melitona no comió.
Irigoyen se puso triste.
A pesar del rechazo, una tarde de lluvia, Irigoyen insistió, y la esperó debajo de un palo santo, árbol sagrado de los tobas, y apenas salió el arco iris asomó Melitona sonriente.
Tuvieron doce hijos.
martes, 4 de noviembre de 2008
El blogger y las espinacas
A modo de editorial
Quiero ser blogger y no me sale nada. A los 50 quiero serlo, y estoy paralizado. Bebo un café y arranco como un poeta a quien nadie lo lee. Empecinado.
El poeta quiere morir en la suya y sueña que es un rebelde y mantiene dos mundos: El que está dibujado a su medida y el otro. Los dos son caros. Por eso se gasta la fortuna de su vida escribiendo poemas malos que terminarán archivados en un basural cuando su cuerpo se pudra en un cementerio abandonado.
Eso lo consuela. No dejará herencia pesada a nadie, y todo se lo llevará puesto: En la panza, y en los sentidos.
Pero volviendo a mi empecinamiento. Estoy empecinado en ser blogger y traje para ello los vicios de otras épocas. Creo sólo en los placeres de la vida. Por eso volví a la siembra de espinacas, a los buenos tragos de ginebra o hesperidina o Amargo Obrero o cubata o ajenjo de mi amigo Sergio Silva, muerto como Dios manda: sin sed y escuchando a Tom W. Volví a los cafés de cualquier parte del mundo para beber infusiones de cualquier parte del mundo. Volví a caminar la noche de la mano de una cerveza. Volví a sentarme al atardecer para canjear miradas con pasajeras con destino incierto.
Pero en fin, quiero ser blogger a los 50.
Pero no tengo nada, ni hubo nada, pero nada qué hacer. Me decidí tarde por la siembra. Realmente tarde, tarde, muy tarde.
Y lo confieso, lo confieso sin rencor: Yo escribía en una máquina Olivetti cuando me enteré que los tonos verdes de una sola espinaca habían eclipsado a Jean Dubuffet.
¡Sí, a Jean Dubuffet!
¿Y qué? me prepió un fantasma con peinado particular.
El pintor, en el campo, con una sola espinaca, lejos de mí, creó su arte:
¡Uno; uno y bruto!
Y yo con la Olivetti, y después con la máquina de escribir eléctrica, y después con la computadora Commodore en un rincón del mundo.
Mientras tanto, Popeye se moría, y murió, después de gustar toda su vida, de comer toda su vida.
¿Qué?
¡Espìnacas!
Ahora bien, a medida de consuelo, debo admitir, o en realidad, pienso, que muchos hombres hemos nacido para repetir usos y costumbres, para repetir leyes. Leyes poco halagüeñas en agricultura. Aunque rebosa en mí, el deseo de hacerle una jugarreta a esta cuestión, y sembrar y sembrar en las agrias culturas.
¿Y sembrar qué? Me preguntaría algún desprevenido, o aquel fantasma de peinado raro.
Obvio, espinacas. Le respondería.
Quiero ser blogger y no me sale nada. A los 50 quiero serlo, y estoy paralizado. Bebo un café y arranco como un poeta a quien nadie lo lee. Empecinado.
El poeta quiere morir en la suya y sueña que es un rebelde y mantiene dos mundos: El que está dibujado a su medida y el otro. Los dos son caros. Por eso se gasta la fortuna de su vida escribiendo poemas malos que terminarán archivados en un basural cuando su cuerpo se pudra en un cementerio abandonado.
Eso lo consuela. No dejará herencia pesada a nadie, y todo se lo llevará puesto: En la panza, y en los sentidos.
Pero volviendo a mi empecinamiento. Estoy empecinado en ser blogger y traje para ello los vicios de otras épocas. Creo sólo en los placeres de la vida. Por eso volví a la siembra de espinacas, a los buenos tragos de ginebra o hesperidina o Amargo Obrero o cubata o ajenjo de mi amigo Sergio Silva, muerto como Dios manda: sin sed y escuchando a Tom W. Volví a los cafés de cualquier parte del mundo para beber infusiones de cualquier parte del mundo. Volví a caminar la noche de la mano de una cerveza. Volví a sentarme al atardecer para canjear miradas con pasajeras con destino incierto.
Pero en fin, quiero ser blogger a los 50.
Pero no tengo nada, ni hubo nada, pero nada qué hacer. Me decidí tarde por la siembra. Realmente tarde, tarde, muy tarde.
Y lo confieso, lo confieso sin rencor: Yo escribía en una máquina Olivetti cuando me enteré que los tonos verdes de una sola espinaca habían eclipsado a Jean Dubuffet.
¡Sí, a Jean Dubuffet!
¿Y qué? me prepió un fantasma con peinado particular.
El pintor, en el campo, con una sola espinaca, lejos de mí, creó su arte:
¡Uno; uno y bruto!
Y yo con la Olivetti, y después con la máquina de escribir eléctrica, y después con la computadora Commodore en un rincón del mundo.
Mientras tanto, Popeye se moría, y murió, después de gustar toda su vida, de comer toda su vida.
¿Qué?
¡Espìnacas!
Ahora bien, a medida de consuelo, debo admitir, o en realidad, pienso, que muchos hombres hemos nacido para repetir usos y costumbres, para repetir leyes. Leyes poco halagüeñas en agricultura. Aunque rebosa en mí, el deseo de hacerle una jugarreta a esta cuestión, y sembrar y sembrar en las agrias culturas.
¿Y sembrar qué? Me preguntaría algún desprevenido, o aquel fantasma de peinado raro.
Obvio, espinacas. Le respondería.
E Insisto quiero ser blogger a los 50.
lunes, 3 de noviembre de 2008
Crimenes en Sangre
Un relato que desnuda con la crudeza que tiene la novela de no ficción, los trasfondos de un episodio aberrante que sucedió en el Territorio Nacional del Chaco, en 1924, donde fueron asesinados centenares de peones rurales aborígenes —tobas y mocovíes—.
Pero lejos de ser un texto histórico, aborda las nefastas consecuencias de aquella trágica matanza; y alerta con la osadía y perspicacia de las investigaciones periodísticas sobre el actual «genocidio de los pueblos originarios», que ocurre en silencio, sigilosamente, a fuego lento; y pasa, casi desapercibido para la opinión pública.
El autor, apelando a su oficio de periodista, arma una trama que pone de relieve cómo los episodios actuales ratifican la vigencia de los sucesos trágicos de Napalpí.
Con rigor revela los intereses ocultos que existen detrás de la desaparición de los aborígenes, y se convierte en una reflexión acerca de la deuda que existe con las naciones aborígenes.
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