viernes, 7 de noviembre de 2008

Tres Banderas y un destino


Por Vidal Mario
Extracto del libro "Alianza para la muerte"

El escritor y periodista paraguayo-chaqueño Vidal Mario abordó el sangriento episodio de la Guerra de la Triple Alianza en su libro "Alianza para la muerte", de donde rescaté este capítulo. El genocidio paraguayo enlutó, una vez más, a América Latina, y otra vez más, los cipayos latinoamericanos mataron aniquilaron a un pueblo "para y por" Gran Bretaña.

«El Paraguay, finalmente, ha sido arrasado. Las campanas ya repican por más de un millón cien mil paraguayos muertos. De un millón trescientos mil habitantes que había en 1863 sólo quedan doscientos treinta y un mil. El 5 de Enero de 1868 el ejército brasileño entra a Asunción, bonbardea el Palacio de López y enarbola la bandera imperial en lo más alto del mástil. Muchos niños son arrancados de los brazos de sus madres para terminar, vendidos como esclavos, en las plantaciones del Brasil. Todo el mundo corre por su vida, y la capital paraguaya, otrora populosa, queda desierta. «La urbe causaba lástima verla desprovista por completo de ser humano», cuenta el coronel José Luis Da Silva. El Archivo Nacional del Paraguay, con siglos de historia adentro, arde en llamas. «El Paraguayo» de Asunción, en su edición del 10 de octubre de 1945, recordaba de esta manera la quema y el saqueo de tan vitales documentaciones. «Los archivos del Paraguay fueron saqueados por los invasores durante la Guerra de la Triple Alianza. Muchos documentos nos faltan, inclusive para reconstruir nuestra historia, y podemos afirmar que al despojarse nuestro Archivo se seleccionaron todos aquellos documentos que podían comprometer la versión histórica que se fraguaba para quitarnos toda esperanza de reivindicación». Al igual que la sede del Archivo, las casas y edificios públicos también son saqueados, uno por uno, con esmero y sin apuro. «Los oficiales se sirvieron de las casas y de las cosas» apunta el mencionado coronel brasileño.Pero retrocedamos unos meses, a agosto de 1869. Francisco Solano López está cercado en su cuartel general de Azcurra. Necesita romper ese cerco para continuar su retirada hacia Cerro Corá. Para posibilitar el escape su jefe los paraguayos deciden llevar adelante la que sería una de las más terribles batallas de la historia militar del mundo: Acosta Ñu. Es el 16 de agosto del año 1869. «El día de la más heróica batalla americana: 20 mil soldados contra 3500 niños» sintetiza el periodista brasileño Julio José Chiavenato. 3500 niños, de 6 a 15 años, y quinientos veteranos comandados por el general Bernardino Caballero forman un gigantesco círculo y aguardan el ataque final. Con las primeras luces del día son atacados por el norte, por el sur, por el oeste, por el este. La matanza dura hasta la noche. El mencionado Chiavenato, en su libro «Genocidio Americano» describe de esta manera la matanza de criaturas convertidas en soldados: «Acosta Ñu es el símbolo más terrible de la crueldad de esa guerra: los niños de seis a ocho años, en el calor de la batalla, aterrados se aferraban a las piernas de los soldados brasileños, llorando, pidiendo que no los matasen. Y eran degollados en el acto. Escondidas en las selvas próximas las madres observaban el desarrollo de la lucha. No pocas de esa mujeres empuñaron las lanzas y llegaron a comandar grupos de niños en la resistencia. Finalmente, después de todo un día de lucha, los paraguayos fueron vencidos. Al atardecer, cuando las madres vinieron a recoger a los niños heridos y enterrar los muertos, el Conde D´Eu mandó incendiar la maleza. En la hoguera se veían niños correr hasta caer víctimas de las llamas. La resistencia de Acosta Ñu y el sacrificio de esos niños simbolizan perfectamente cómo la guerra se tornó implacable y sin concensiones. Tanto por el lado de Francisco Solano López, formando batallones de niños, como por el lado brasileño que no se avergonzó en matarlos. Simboliza, también, la expresión máxima de la defensa de la nacionalidad; la lucha extrema por la independencia nacional que desemboca en el suicidio colectivo de un pueblo que no quiere rendirse para no perder su libertad. La libertad, en el Paraguay de entonces, era el derecho a la tierra, a la alimentación, a la autonomía del país». Finalmente, al frente de unos trescientos o cuatroscientos soldados y civiles, tan hambrientos como él y que «lo siguen como perros», al decir de Sarmiento, Francisco Solano López llega a su destino final: Cerro Corá. Y espera la que sería la última batalla de su vida. El 1º de marzo de 1870 es cercado por las tropas brasileñas, comandadas por el general Cámara.En las orillas deñ Aquidabán es intimado a rendirse. Por toda respuesta, atropella a sus perseguidores al griot de «Muero con Mi Patria!». Un lancero perfora su vientre. Otro le asesta un sablazo en la cabeza. Perdiendo sangre a raudales y ayudado por dos soldados se interna en las aguas del río. Nuevamente cercado, recibe una segunda intimación a rendirse. Su segunda respuesta es blandir, ya débilmente, su espada en el aire. Cámara orden que lo desarmen. López, casi sin sentido y sin ver nada, enfrenta las sombras que se le aproximan. Hasta que se oye un estampido, una bala entra por sus costillas y lo mata.A pocos metros de distancia su hijo Pancho, de dieciocho años, lucha por su propia lucha, defendiendo a su madre y a sus hermanas por parte de padre. Tanto el muchacho como el vicepresidente del Paraguay, un anciano que sable en mano también le pone el pecho a la patrulla brasilña, cae muerto al lado de Elisa Lynch.El general Cámara escribe: «El tirano fue derrotado y no queriendo rendirse fue muerto a mi vista. Intimélo con orden de rendirse, cuando ya estaba completamente derrotado y gravemente herido, y no queriendo, fue muerto». Un teniente de apellido Fraga se precipita sobre el ilustre cadáver y le corta una oreja. Como si esta acción hubiese sido una orden, los demás hacen lo mismo. Uno le arranca un dedo, otro el cuero cabelludo. Por último, alguien le revienta la mandibula con la culata del fusil para llevarse sus dientes de recuerdo. Toda la soldadesca hace algo con el cuerpo del Mariscal. Algunos lo escupen. Otros lo patean.Terminado el macabro juego, entregan los despojos mutilados a su esposa. Ayudada por una de las hijas del Mariscal con otra mujer, ella cava una tumba para su esposo y otra para su hijo. Es el último acto en guerra de esta distinguida dama irlandesa que de haberlo querido podría a esas horas estar con sus hijos en París dándose una regalada vida, pero eligió seguir a su hombre, por las selvas de un remoto país, hasta el fin.Conocida la noticia, un manto de tristeza se anida en el corazón de la mayoría de las provincias argentinas. Saben que con López ha caído el último bastión de la resistencia a la política de Buenos Aires: el viejo federalismo del interior había muerto para siempre.Todo el Paraguay, ahora es una ancha tumba.»

No hay comentarios: